martes, 29 de julio de 2008

Somos lo que somos

Una se pregunta a veces cómo es que los padres no nos contaron de la época que vivieron en su juventud. Diremos que entonces la tecnología no permitía saber las cosas tan pronto, pero algo es innegable: estuvieron cuando pasaron las cosas más hermosas que hoy los analistas de la historia y de la cultura, denomina clásicos. Eramos unos chicos pensando en los Beatles, en el concierto por Bangladesh, en Woodstock, en Vietnam, en el mayo francés, en un Che recorriendo América y parte del único cambio americano, Cuba. Hoy nuestros hijos dirán que esas historias son parte de la prehistoria. Como tampoco nosotros tenemos la fluidez suficiente para explicarles que estábamos vivos y bailábamos rock, pop y otras músicas pensando que hablar por teléfono caminando era una cuestión más futurista que Las Guerras de las Galaxias y Rocky.
El mundo se nos volvió más rápido de lo que estábamos preparados y tuvimos más premura para que no nos pase por encima: hacemos lo posible por ponernos al tanto.
"Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre, del silencio y del dolor de mi pueblo y de mi gente", decía Violeta Parra en los años de Chile latinoamericano y sojuzgado.
No cambia el amor, pero cómo cuesta. Henos aquí, padres en tiempo de la contemporaneidad, actuando -con las diferencias de forma- como nuestros padres. Antes, teníamos que aceptar lo que nos decían, estar a la hora de las comidas y de volver a casa; teníamos que pensar en la filosofía de la vida o en sexo, como nos viniera la mano, porque era tabú siquiera mencionar los temas. Tantas cosas que callamos, que no dijimos, que no eran parte de casa, de familia.
Y hoy, que nos toca ser grandes, ser padres, muy evolucionados, muy dueños de la verdad, no avanzamos en nada. Sólo encontramos otras formas de desviar la conversación. ¿Es tan difícil darnos tiempo para dar respuestas? Si sabemos cómo vivimos, cómo quisimos que nuestros padres nos pusieran reglas mínimamente acordadas con nosotros, si contamos cómo papá esto mamá aquello.... ¿no tenemos la capacidad de ser más grandes, más generosos, más sabidos de que el mundo que nuestros padres no captaron ahora sí somos capaces de entenderlo?
Cuando hay padres que dicen "somos amigos de nuestros hijos", sabemos que nos mentimos. El rol de padres y el rol de amigos es completamente distinto. Podemos ser cómplices, confidentes, proveedores, cobijo, pero en el sentido "amigos" como los tenemos, deberíamos saber que no es posible siendo padres.
"Tus hijos no son tus hijos, son hijos de la vida deseosa de sí misma..." dijo Khalil Gibrán. Y eso es indiscutible, como la sabiduría de la vida.
Podemos acercarnos tanto a nuestros hijos, como seamos capaces de ser nosotros mismos. Amigos, nunca. Porque la amistad nace de otras circunstancias, de otros afectos, de otras historias. Padres sí, es nuestro reto. Es algo para lo que no nacimos sabiendo, sino que lo aprendemos en el viaje junto a ellos. Estamos para relatarles lo que vivimos, lo que pensamos, los valores que tenemos, las cosas que soñamos... pero creer que ésa es una relación de amistad, es engañarnos. Tarde o temprano, los hijos esperan de nosotros una afirmación, una sentencia -en el buen sentido de la palabra-, una guía para que ellos opten por las opciones que les presenta la vida.