martes, 4 de diciembre de 2007

La casa del mango




Tan fundamental como el amor, la familia y el trabajo decente, es mi lugar sagrado.

Ese espacio vital, personal, íntimo y pacífico que da lugar físico al alma y al cuerpo.

Allí donde mi Dios y mis demonios libran auténticas batallas existenciales y donde libero mi espíritu a todas las sensaciones, inspiraciones, planes, iniciativas y desencantos.

Encontré mi lugar sagrado en la casa del mango y procuro conservarla con sus pisos rojos de cerámica, sus ventanas sin barrotes, el césped corto, una parrilla para los encuentros, la cocina ambientada de las pequeñas y grandes cosas diarias, la sala fresca para las comidas compartidas entre padres, hermanos e hijos y una nueva casa de madera para que continúen anidando y cantando los pajaritos bajo la frondosa copa del árbol, sobre el mesón rústico y sus bancas de cuchi, con más luz natural que reciba y despida al amanecer y al anochecer los faroles coloniales nocturnos del patio.


Falta -de vez en cuando- el mar y los fríos antárticos, que reemplazo muy bien con los recuerdos y los anhelos.

También el mueble de mi taller soñado, que vendrá con la buena gana del carpintero...