Hoy es un día muy importante en la vida de ustedes.
Hoy fueron papá y mamá por primera vez.
Hoy llegó el hermano mayor de Emiliano.
Hoy Nachín encontró un lugar en el mundo.
Yo creo que Dios existe: ante cualquier duda, me puso
cuatro pruebas llamadas Ignacio, Mariana, Mauricio y Vicente.
Cuando creí que después de mi próxima década, podría sentirme
realizada al ver a mis cuatro niños marchando en sus propias
vidas y que ya no tenía importancia lo que fuera más adelante
de la mía, en el sentido de que lo más importante y lo que me
hacía feliz, ya había sucedido... llegó mi Jedi.
Y no fue su nacimiento ni mi flamante título de abuela, la novedad.
Siempre asumí, desde que mis hijos fueron pequeñitos, que los hijos
de mis hijos serían sus hijos y tendrían sus responsabilidades
propias, sus modos, sus yerros y sus aciertos.
Ser abuela, según yo,
debía ser el comodín cuando papá o mamá necesiten
apoyo, ayuda, consuelo, niñera, transporte, lo que hiciera falta,
sólo cuando así se lo hicieran saber. Sin interferencias.
Pero Nachín es Nachín y no dio muchas vueltas para hacerme
saber que es más que un nieto.
Un día me esperó en la
escalera de madera de la casa de Tití, la bajó, tomó su mochila
con rueditas y caminó hasta la puerta de la casa, indicándome que
era hora de ir al auto y al jardín. Desde entonces, fuimos y volvimos
del jardín de infantes aprendiendo canciones infantiles, bailando Queen,
Bee Gees, Beatles, saludando a la gente por la ventanilla,
repartiendo revistas cada fin de mes,
hasta que viajó a su nuevo hogar, en Guayas.
También, después de una tarde de agua y sol en el club, al otro día, le dijo a su mamá
que quería ir a la piscina con la abu. Desde entonces, fuimos y volvimos
a la pileta, donde el agua parece ser su medio natural e incansable
no quería saber de salir de ella hasta que le mostraba el sol que se iba
a dormir y me pedía que lo secara y volver con su mamá.
El día antes de su viaje, fuimos a la piscina y luego de chapotear
toda la tarde, a la hora de envolverlo en la toalla, yo sentada y él
de pie, me abrazó con fuerza largamente en silencio. Entonces supe
que él era mi Jedi y le dio otro sentido a mi vida. Durante esos largos
tres o cuatro minutos, otro mundo recorrió mis ojos nublados por la
ternura y la emoción, mi espíritu, lo más profundo de mi centro humano.
Aquella verdad que una sospecha a lo largo de la vida que
existe y que no se le reveló en los caminos recorridos, a los tumbos;
aquella verdad que se abandona desplazada por prioridades y por
certezas de circunstancias; aquella verdad que es vital y te descubre
tu misión en el mundo, se hizo a la luz.
Me miré en los ojos de Nachín y todos los días, el recuerdo de su mirada
es mi estrella náutica, la que hoy cumple 4 años de alumbrar el mundo, el
de ustedes y también el mío.
Desde entonces, soy mejor persona. He reafirmado valores, me he desprendido
de más cosas de las que ya me había liberado, he encontrado una vocación
de estudio y de aprendizaje perdidos en la adolescencia, he vuelto a la poesía
y a la literatura, he fortalecido mi voluntad de hacer y de creer, he descartado
las distracciones de las vanidades y de las miserias del mundo.
Hay personas que marcan con fuego incandescente:
Nachín es el sello de la mía y sólo se me ocurre darle gracias a la vida.