No llorés, ma. Me pediste riendo mientras contabas a la familia que me lo habías pedido también en el aeropuerto, cuando viajabas a Alemania de intercambio escolar, a tus 16 años. Aquella vez aguanté para darte el gusto y no pude: mi bebé tenía alas y volaba por su cuenta. ¿Cómo explica la razón al corazón, a las entrañas, para que dejen de contraerse de angustia? Las madres son más fuertes ante el sufrimiento, las enfermedades, el dolor, los obstáculos y los contratiempos porque han experimentado esa sensación incomparable de pérdida, de casi amputación.
Lloré a moco tendido cuando volvió Ignacio de aquel viaje. Todos espiábamos la puerta de arribos internacionales con la curiosidad de cuánto habrías cambiado y escuché a la familia sonriendo al descubrirte asomando en migraciones, con algo de una nueva melena y ese no se qué revelador del hombre que ha madurado en el niño. Apreté a Vicente, que estaba en mis brazos con sus pocos meses de nacido, y corrí como una loca, en lo primero que encontré, hasta llegar a casa a llorar sin consuelo. Lloré también en tu bachillerato: habíamos vencido al Colegio y el mundo se abría ancho y tuyo. Y lloré en silencio, sin la menor vergüenza, cuando me dijiste que habías recibido la nota de aprobación de la última materia de tu carrera universitaria. Y tampoco tuve vergüenza de mis lagrimones cuando exponías tu trabajo de tesis ante el tribunal académico y fuiste ingeniero con felicitación.
No llorés, ma, en serio. Me lo pediste cuando me contaste que el 9 de febrero Alejandra y vos se casarían. Me lo recordaste la tarde antes de la misa y la bendición. Y no lloré. Levité como gallina que ufana sus polluelos: repasé los años de las idas y venidas de ambos, tu ilusión de noviembre de comprar el hermoso anillo de compromiso con tu nuevo sueldo, pedirle matrimonio en el concierto de Camilla y planearlo juntos para un año después...Tus ganas de que llegue un bebé.
En un mes, fui suegra y futura abuela. Ahora creo que -como todo lo que se refiere a ustedes, mis hijos- es cuestión de vida. Pienso en las amigas que se ponen medio chifladas cuando enseñan a los nietos a llamarlas por sus nombres o "tías" o se empiezan a matar con la gimnasia, la dieta, la estética y la moda, queriendo aparentar que los años no les pasan a ellas y parecen compitiendo con las nueras o las hijas.
Hoy no lloré porque mi hijo me dio otra hija y, con ella, ampliaremos la mesa familiar.
De paso, ahora apuraré el pintado de mi cuarto y ahora sí, estoy convencida, abriré el paso en la pared que da al que pronto pasará al olvido como taller: después de todo, un bebé tiene que guardar independencia desde que nace... pero de sus padres.
Ninguna literatura pediátrica, pedagógica ni infantil, lo dice de su abuela.
Gabi, bellísimo tu escrito, emociona profundamente el amor que sentís por tus hijos. Un abrazo, alejandra
ResponderEliminarY para los hijos es a veces tan incomprensible y hasta sofocante ese amor de madre... Y como mujer, te confieso que me asusta saber que sería exactamente así...
ResponderEliminarMuy lindo texto...